Testimonios
Camino de Dios
El camino del anillo es el camino de la vida, aquí y ahora. El camino nos recuerda que el hombre es por naturaleza un caminante, un peregrino, que tiene un origen, un sentido o dirección de camino, y un fin al que dirigirse—es homo viator .
El anillo representa toda esclavitud—y, en último término, la muerte que es su raíz—que ata y atemoriza el corazón humano; un anillo que anhelamos quitarnos para ser libres pero que, sin embargo, misteriosa y trágicamente, nos seduce, atrae, y amarra continuamente. La vida representa el deseo y promesa de felicidad plena que todos descubrimos en lo más íntimo de nuestro ser y que, desde la fe, sabemos sólo Dios colma. Mucho más que los placeres que nos ofrece el mundo, mucho más que la ausencia de problemas o sufrimientos, mucho más que la mera salud biológica, mucho más que la posesión ilimitada de bienes, la vida sólo es tal si nos llama y lleva a la Vida—en mayúscula—que es Cristo Jesús.
Sólo Él nos libera definitivamente del anillo de la muerte. Y el aquí y ahora representan el espacio y el tiempo, características de la creación. Y entre toda la creación, el ser humano como culmen y al servicio—pues es su custodio—responsable de la misma.
Hace ya casi un año que de la mano y experiencia de Pablo Martínez de Anguita dos
seminaristas de Granada y servidor recorrimos el Camino del Anillo por la bellísima Sierra
Norte de Madrid. Fueron cinco magníficos, educativos, y asombrosos inolvidables días.
Comenzamos la aventura en El Molar, “el Hobbiton” español, donde conocimos el mundo de los Hobbit—sus vivienda-cuevas y su rica gastronomía, además del arte de conocer, convivir, y tocar a las grandes y maravillosas rapaces que surcan nuestros cielos.
Al día siguiente, dejando y contemplando a nuestro lado “la Cima de los Vientos” (en el pueblo de Sieteiglesias), nos dirigimos al embalse del Atazar, donde subimos en canoas por el “río Anduin” hasta pasar por debajo de las dos colosales estatuas de piedra de los Argonath que nos daban paso a la tierra de Góndor. En esas transparentes aguas pudimos contemplar fabulosas águilas y buitres, admiramos la explosión de vida acuática que bullía a su alrededor, y terminamos refrescándonos con un balsámico baño. Desde allí nos dirigimos, con fuerzas renovadas, hacia Rivendel. Partimos el camino en la fabulosa villa de Horcajuelo de la Sierra donde una alucinante vereda nos introdujo en antiguos bosques, de antiquísimos árboles, con ancestrales cauces de ríos—el más importante y el cual seguimos durante muchos kilómetros, llamado Jarama. En ese clima de belleza y bondad que nos inundaba durante el camino, nuestro amigo Pablo, a la luz y con la ayuda de la encíclica Laudato Si , nos abría el corazón y la mente a la verdad sublime a la que todo hombre está llamado y aspira y de la cual la creación nos habla: Dios mismo. Fueron horas inolvidables que culminaron cuando alcanzamos “Rivendel”—aunque en esas tierras madrileñas la llaman La Hiruela. Allí pudimos celebrar la Eucaristía y consumir “las Lembas”—el Cuerpo y la Sangre de Cristo, viático de vida, recuperando las fuerzas que íbamos a necesitar al día siguiente donde nos esperaba otra fabulosa, aunque arriesgada, aventura.
Y es que desde Rivendel-La Hiruela partía el camino hacia “Moria”—más conocida en esa
comarca como Puebla de la Sierra. Entre ambas localidades debíamos conquistar la “montaña del Caradhras” o Pico de la Postezuela a 1739mts. A través de frondosos senderos de monte bajo llenos de flores donde las abejas pululaban en abundancia, fuimos ascendiendo hasta Caradhras desde donde, llenos de júbilo por la hazaña, parecíamos tocar la bóveda celeste y la Sierra del Rincón se extendía con majestuosidad a nuestros pies. Tras un largo descenso finalmente llegamos a Puebla de la Sierra, un auténtico pueblo de montaña donde parece que se ha detenido el tiempo. Es la “tierra de los Enanos”, auténticos artesanos de la piedra y cuyas casas incrustadas en la roca pudimos contemplar.
Además, junto a esas buenas gentes también celebramos la Santa Misa y nos pusimos al amparo de su patrona Nuestra Señora de las Angustias—quien, como siempre, nos da el “frasco de Galadriel” con la “luz de Eärendil” que representa la luz de su amado Hijo Jesucristo, Luz que brilla siempre en la oscuridad y que bien pronto podríamos necesitar hacia donde nos dirigíamos. Pues con gran pena por que aquella fantástica aventura se acababa y, sobre todo, porque desde allí nos adentraríamos en las tenebrosas “tierras de Mordor”, nos dispusimos al día siguiente a afrontar nuestra última etapa de camino.
La primera parte de ese día transcurrió por el bello y frondoso valle de Puebla de la Sierra,
pero en cuanto alcanzamos el paso del Collado de la Pinilla (1347mts) se nos abrió un
horizonte diferente, de suelos más secos y naturaleza más árida. Al fondo pudimos ver
nuevamente el pantano de El Atazar y el pueblo del mismo nombre hacia donde nos dirigíamos.
Fue una dura bajada por las altas temperaturas que tuvimos que soportar y la poca vegetación para protegernos—verdaderamente eran tierras que anunciaban la “región de Mordor”. Al llegar al Atazar, sus ricas y abundantes fuentes de agua pareciese que nos esperaban y, tras el duro camino y el calor abrasador, no pudimos sino literalmente ponernos bajos sus caños y sentirnos nuevamente revitalizados. Nuestra aventura había acabado y nos recogieron en un vehículo y empezamos el camino de regreso a casa. Pero no sin antes contemplar desde el Atazar la peña de Torrelaguna donde verdaderamente acaba el Camino del Anillo en la Sierra Norte de Madrid pero que nosotros no podíamos cubrir por falta de tiempo. Nuestro amigo y guía Pablo nos contó que, desde Torrelaguna, en días claros y limpios de contaminación, se ve a lo lejos las torres de Madrid—con el “ojo de Sauron” que es el Señor Oscuro quien, tras habernos quitado el anillo y destruirlo en el magma del Orodruin, desaparece para siempre.
Porque el poder del infierno jamás prevalecerá, y la luz de Dios siempre brillará y vencerá.
Recomiendo 100% esta peregrinación, a través de la obra del Señor de los Anillos, por la Sierra Norte de Madrid. Tanto como una actividad de ocio como, sobre todo y principalmente, una actividad pastoral para grupos pequeños será una experiencia bellísima e inolvidable que tocará corazones y fomentará la fraternidad y la comunión. Pablo Martínez de Anguita y su equipo han realizado un estupendo trabajo digno de toda confianza el cual, unido a la inmensidad de las buenas gentes de esas tierras, satisfará todas las expectativas de quienes se dispongan a aventurarse. Será, sin lugar a dudas, y tal como nos ocurrió a nosotros, un camino de vida, un camino de fe, un camino eclesial, un camino en medio de una naturaleza exuberante, un camino de amistad y comunión…un camino de Dios. Buen camino para todos.
Junio 2020
Ildefonso Fernández-Fígares Vicioso
Vicerrector del Seminario Diocesano San Cecilio de Granada